Evolución de la Población Mundial
En la naturaleza la jerarquía es un mito, el linaje no importa porque, simplemente, fluye, como el vuelo de los vientos o las corrientes de las aguas. Es la Biodiversidad el verdadero rey león de la jungla; el ser humano, una parte más del todo.
Hemos imitado el correr de las liebres, el nadar de los peces, el volar de los pájaros, el aroma de las flores, ¡hasta los ronquidos del cerdo! Nos hemos desarrollado sirviéndonos de la biomímesis, la ciencia que nos ayuda a copiar la estructura biosferal de la Tierra.
Sin embargo, adaptando el medio a nuestras necesidades, y no al revés, hemos conseguido crear la tecnosfera, con la capacidad de generar componentes que no son transformables, los residuos. Así pues, la tecnosfera es cada vez más incompatible con la biosfera, lugar donde realmente vivimos. Por ello, porque no podemos seguir generando basura infinitamente en un mundo finito, deberíamos empezar a decrecer.
Un modelo en el que no existiera la ganadería ni la pesca ni la agricultura intensiva. En la propuesta decrecimentista, además, se pondrían en marcha programas comunitarios fundamentales para el cuidado de personas, se apostaría por el cultivo ecológico, las energías renovables, el comercio local, la descentralización, el consumo responsable; en definitiva, un sistema de microeconomía que se apoya en una elevada ocupación de mano de obra.
Bien cierto es que el aumento demográfico es un obstáculo para ralentizar la destrucción ecológica, pero no es más limpio quien más limpia, sino quien menos ensucia. Y aunque seamos seis mil millones de habitantes en el planeta, nuestro ritmo de consumo tiene que acompasarse con el sistema cíclico de la naturaleza.
Si no cambiamos, lo que está por llegar es la guerra por los recursos. Ahora que el petróleo se agota, las grandes empresas ponen las miras en el Salar de Uyuni, Bolivia, para explotar su gran reserva de litio. El litio será el futuro para la construcción de las baterías de los coches eléctricos (aparte de utilizarse en móviles y portátiles sobre todo).
Quizá nuestro destino sea la extinción, la autodestrucción. Quizá la superpoblación, acompañada de las complejas estructuras y relaciones sociales que hemos creado nos lleven al revuelo mundial auspiciado por la degradación de la diversidad ecológica y, por ende, por la falta de recursos. Si los dinosaurios desaparecieron hace millones de años, después de haber vivido otros tantos, ¿por qué no íbamos a hacerlo nosotros?
En cualquier caso, Nicholas Georgescu-Roegen habla de un cambio de sentido. Padre de la nueva ciencia económica, la bioeconomía, predica que lo prioritario es el equilibrio entre el vasto sistema ecológico, dinámico y rico, y las necesidades humanas no sólo actuales, sino futuras.
Por Lourdes Jiménez.

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