Cuando Joe Callaghan Clesa abrió la puerta de su casa, la noche se cernió sobre él. Una nube de polvo negro envolvió su cara curtida en mil batallas, y le tiñó los bigotes, las cejas y las pestañas.
-¡Permita Dios que te conviertas en sartén y te cuelguen de un ojo! -rugió Joe al deshollinador que trajinaba en la otra punta del salón.
-¡Mon dieu, queguidó! ¡No la tomes con este pobge hombge! Si hubiegas mandado deshollinag antes no tendgíamos la casa que pagece Pompeya.
-¡Y si mi abuela tuviera bigote sería mi abuelo!
Joe se desembarazó de su gabardina. Le lanzó la fedora a su mujer y, mientras se arremangaba la camisa, se dirigió hacia la chimenea, con semblante contrariado.
-¡Aparte, apagahumos! ¡En toda mi vida no había tenido la desgracia de contemplar a un individuo tan calamitoso en sus quehaceres profesionales como usted! ¿No será, por casualidad, un inútil federado?
Joe encaró orgulloso la ennegrecida chimenea, escoba en mano. Ante semejante visión, un ladrillo asustado brincó de la pared y aterrizó justo sobre el dedo gordo de su pie derecho.
Joe se desvaneció, un poco amaneradamente.
-¡Le vas a decir a padre como se hacen los hijos! -apuntilló el deshollinador.
[…]
-¡Espabilá! ¡No me dejes con este cisco montado en el salón! ¡C´est incroyable! Toma este poleo que compgé en el viaje a Sgi Lanka, en mayó. ¡Quién te mandagá metegte en camisa de once vagas!
-¡Ay, mísero de mí! Primero un cansino en el despacho, seguido de gramos de hollín en el mostacho. Mis desdichas no conocen límites.
-Joe, ya no egues un muchacho. Debes asimilag que los tiempos en que tus gestas esquiadogas en las nieves de Huesca egan alabadás, ensalzadás, imitadás..., han acabadó. C´est fini. Pog ciegto, ¿qué ha pasado en el despacho?
-Un tipo estrafalario, de mirada turbia y aviesas intenciones, ha intentado contratar mis servicios. He accedido, no sin un ápice de desconfianza. ¡No puedo negarle nada al mundo del automóvil desde aquel rescate en los Pirineos en el 64!
-¡Ce n’est pas possible! ¡Ya empezamos!
-La noche era cerrada y el viento nos impedía regresar...
Y el teléfono comenzó a aullar: RING RIIIINGGGG.
Álvaro Sarró y Víctor Gozalo

0 comentarios:
Publicar un comentario